Give me a little peace time - privado shim

Paz… Es todo lo que mi mente podía repetir como una dulce armonía dispuesta a entonarse las veces necesarias para relajara a la bestia.  Me había empeñado a ir a la reunión con los mafiosos holandeses, en compañía de quizás del único secretario de confianza. Porque, ¿quién apela que yo pueda considerar a una persona “amiga” o siquiera “socio”?, pues  Lee Se Joo es un formidable hombre que me acompaña y desde que tengo memoria, ha sido un consejero excepcional para mi padre quien más de una vez, le ha dicho sabias palabras, y según oí decir a labios de mi madre, le ha ayudado a que de el paso para que el imponente líder confiese su amor. Tiene más de 40 años pero aún se conserva.  

Pensé que iba a tener un día que llaman: normal, más sería un grave error de mi parte pensar de esta forma. Siempre habría algo que haría un giro en la vida, esa cosa que no se podría describir tan fácil pero doy por hecho que vuelve la vida más interesante. Un sabor, un condimento que varia de sabor según aquellas sorpresas desconcertantes. Estaba incluso seguro que no habría nada que me detuviera en el camino, sin dar fe que alguien se atrevería a meterse en el medio de mi viaje sin previo destino concluso. — Me he tenido que morfar un debate de una hora. Ha sido la peor reunión mafiosa a la que he asistido… ¿y todo para qué?, para terminar escuchando que no compraran armas ilegales, y más bla bla —anunciaba molesto, demasiado quizás encima en el barrio rojo, la zona de prostitutas para que los trajeados se distraigan de paso. — Recuérdame declinar si me invitan aquí de nuevo—Se Joo asintió, y me detuve antes de entrar al coche.

— Sigue tú, caminaré. —No oí las palabras contrarias, simplemente las ignoré. Y seguí un rumbo sin destino fijo, sólo caminaba para despejar mi mente. Demasiada desnudez hacía doler mis ojos asiáticos y demasiadas zorras, daban ganas de matarlas a todas con una ametralladora, pero es su trabajo. Gruñí cuando una chica se arrimaba, y la aparté lejos con brusquedad sin medir mi fuerza. Busqué una vía fácil para salir de allí, miré ambos lados antes de cruzar pero tras seguir, fije mi vista en una figura que me sonaba de algo. —… —estaba gritándole a la nada, A LA NADA, y apenas terminar de inspeccionarla alcé una ceja. Menuda suerte la mía. Quise girar los pies para darme la vuelta, lamentablemente, más allá venía un auto a toda marcha, su vida dependía de un hilo tan fino que en segundos iba a ser cortada.

Sería un grato goodbye a la señorita acosadora, nunca antes me había sentido tan bien con ello pero… ¿Por qué sigo adelante y corro?, instintivamente, me impulsé en carrera tirándola al otro lado y caer encima. Me queje débilmente, sostenía mis manos para no hacerle peso a su cuerpo y tras un momento de escándalo, la miré fulminante, echando fuego por los ojos. — ¿Acaso no te enseñaron a andar sola en la calle? —me moví, levantándome por fin, y limpiar mis prendas algo sucias. — Es mi traje nuevo… —murmuré, importándome más mi costosa e importada prenda que preguntar el típico: “¿estás bien?, ¿te has lastimado?” No gracias, sería estúpido cuando está perfectamente viva y coleando, los detalles no me son relevantes. Miré el reloj de pulsera, el impacto lo había rasguñado un poco, está andando por suerte. — Tú. Noté que gritabas al aire ¿por qué? ¿Tenías miedo que una abeja te picará? —la pregunta la hice con un tono entremezclado, tranquilidad, ironía, curiosidad y una expresión facial neutra para variar.